La flor desnuda +5 años

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Hubo una vez una flor que sentía envidia de las delicadas prendas que llevaban las damas del castillo en el que vivía. Cada mañana,al despertar, deseaba ser doncella y pasear por el bosque, igual que hacían ellas.

Era tal su deseo, que hasta la Luna supo de él.

Un día, al despertarse, sintió el rocío caer sobre su cuerpo. Tiritó de frío, y entonces se notó distinta. Al abrir los ojos contempló con sorpresa el nuevo aspecto de su piel, ahora cálida, tersa y acaramelada.
¡Su deseo se había cumplido! ¡Era humana!
En esos momentos el brillo del agua le devolvió su reflejo. Su desilusión fue enorme cuando se dio cuenta de su desnudez.
─¡Yo quería prendas de oro y plata! ─Se quejó, y tendida sobre una roca, se echó a llorar.
Cuando las hermosas damas se acercaron caminando por el sendero del bosque encantado, ella se escondió, avergonzada, tras una enorme roca. Las muchachas no la vieron, y siguieron su camino por el sendero sin volver la vista hacia ella en ningún momento.
─¿De qué te escondes? ─ Preguntó, de repente, el pedrusco que la había resguardado de las jóvenes mozas.
─Ellas son hermosas y tienen lujosos vestidos. En cambio, yo no tengo nada de qué presumir. Solo soy una flor con forma humana.
─Y como tal, desprendes un dulce aroma. Jovencita, si tuvieras mis años te darías cuenta de que no todo en la vida es apariencia.
─¡Te equivocas! ─Dijo Flor enfurecida. Un horrible pedrusco no podía saber lo importante que era ser hermosa. Enfurruñada todavía, salió caminando en dirección al bosque.

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La noche llegó y sintió frío. Si pudiera ir abrigada con esas majestuosas prendas…
─Yo te daré mi calor, ─le dijo un lobo al verla temblar. ─, a cambio, solo quiero oír tu voz.
─¡No quiero sentir tu estúpida piel! Seguro que está sucia y es rugosa, ¡vete de aquí! ─El lobo pensó que aquella niña, que al principio le había parecido bonita, era en realidad monstruosa, y se marchó de allí sin ni siquiera despedirse.

A la mañana siguiente, la joven despertó cubierta de oro y plata. Apenas podía moverse, pues el traje que el deseo le había proporcionado pesaba demasiado, pero estaba feliz.
─¡Ahora sí podré presumir ante las muchachas! ¡Seré, de todas, la más bella!

Cuando las niñas llegaron, Flor salió a su encuentro. Su aspecto era dulce y delicado y su vestido relucía más que el sol. Ellas se quedaron mirándola asombradas, y halagaron su elegante porte.
─¡Eres preciosa! ─Dijeron las jóvenes al unísono. En un primer momento sintieron, hacia ella, una profunda admiración.
─Sí lo soy. La más bella del bosque. Y del castillo. Y por si fuera poco, nadie huele mejor que yo. Vosotras a mi lado no sois nada. No valéis nada. Antes os envidiaba, y ahora, en cambio, debéis estar celosas de mi encanto.
Las doncellas, asombradas por los comentarios bordes de Flor, la miraron atentamente. Ya no la veían hermosa, ni siquiera sentían el dulce aroma que ella aseguraba desprender. Siguieron caminando, volviendo la cabeza, y no miraron atrás hasta que estuvieron delante del castillo.
Esa noche no pasó frío. Mientras dormía, anheló estar tapada con pieles más suaves que la del lobo, y la Luna, silenciosa hada madrina de Flor, le concedió su deseo.
Al despertar, un espantoso olor se metió en sus pulmones.

─¿De dónde viene ese horrible hedor? ─Se preguntó, en voz alta, aun sabiendo que nadie la escuchaba. Se levantó e intentó huir, pero fuera lo que fuera lo que apestaba, la estaba persiguiendo. Tan mal olía, que varias veces quiso pararse a tomar aire y otras tantas sintió nauseas. Al rato no estuvo sola, un ejército de moscas la perseguía casi al mismo ritmo que el infernal hedor.
Solo cuando cayó rendida al suelo supo de dónde provenía el desagradable olor. ¡La Luna la había cubierto con piel de mofeta! Intentó entonces quitarse el abrigo, pero el calor de la carrera, unido a la magia de la Luna, se lo había pegado en la piel como cola en los armarios.

─¡Noooo! ─ Chilló la joven. ─Yo soy fina y bella, ¡no merezco esto!
La Luna se asomó entonces. Había estado escondida, observándolo todo tras una nube gris que anunciaba tormenta. Aunque era de día, de vez en cuando a la Luna le gusta cruzarse con su amigo Sol, y aparece antes de que él se vaya a dormir.
─¿Realmente crees que eres bella, Flor?
─Sí, lo soy. Siempre fui la más hermosa de las flores. Ahora soy la más bella humana. Además, mi vestido resplandece tanto como resplandecieron antiguamente mis coloridos pétalos. Estoy segura de que soy la mejor.
─El río de Plata ha guardado tus acciones para que puedas contemplarlas─. La interrumpió la luna─. Dime después si te sientes hermosa.
Asomándose al río, tal y como Luna le pedía, se encontró frente a frente con su reflejo. Era bella, sí, pero ya no lucía tan hermosa como antes. Sus cabellos estaban despeinados y su rostro era el de una mujer cansada. Aún así, seguía siendo de todas las jóvenes la más bonita. O eso pensaba.
─Mira cómo te veía la Roca. Cuando eras flor te quería mucho, te proporcionaba sombras, y cuidaba de ti cuando nadie más lo hacía.
─¡Qué bonita era de flor! ¡Pero todavía soy más bella ahora que soy humana!
─¿Eso crees? ¡Sigue mirando!

Flor escuchó su propia voz. ¡Qué desagradable había sido con la pobre roca, ¡si solo intentaba aconsejarla!

La Luna le mostró también su actitud con el buen lobo. ¿Por qué lo trató así? Simplemente porque se sentía superior a él. ¡Y qué mal trató a las niñas! ¡Ellas solo le dijeron lo bonita que era! Se deshicieron en halagos frente a Flor, y ella, desagradecida, las humilló.
El río le devolvió entonces su propio reflejo. Un frío glacial recorrió su espalda al verse. Su piel suave se había marchitado, convirtiendo su rostro joven en anciano. Las arrugas ocultaban la belleza de sus ojos, el cabello se le había vuelto gris y sus brazos y piernas, antes suaves y delicados, se habían convertido en finos palos estropeados, secos y provistos de manchas. El hedor de la capa, que había sido sustituida por viejos andrajos de oro y plata sucios, se había metido en su piel, que ahora apestaba.
La Luna habló de nuevo:
─Pasarás así una noche y un día, pero no temas, todavía tienes la oportunidad de volver a disfrutar de tu belleza y juventud. Si aprendes a querer, a respetar a los demás, y a contemplar la belleza interior, volverás a ser hermosa.
─¡Ay, no! ¡Bella Luna, no me condenes! ─Dijo Flor, con la voz de una señora entrada en años. Para cuando terminó su frase, la luna ya había sido cubierta por un enorme nubarrón gris.
Flor pasó un buen rato llorando, no tanto por lo fea que se veía a sí misma, sino por lo arrepentida que estaba de su vulgar comportamiento. Ahora entendía que, por muy bella que fuera, si actuaba como un monstruo malvado, todos la verían horrorosa.
Más calmada, fue a buscar a la roca. Puesto que la conocía de siempre y sabía que no podía moverse, no le costó demasiado encontrarla. No la reconoció, y por más disculpas que pidió, no sirvieron de nada. Entonces, Flor abrió los brazos y la abrazó, mientras sus lágrimas recorrían la enorme piedra.

─Tal vez tú no me recuerdes, sin embargo, yo te querré siempre. Si no fuera por ti habría estado muy sola toda mi vida. ¡Ay! ¿Qué hubiera sido de mí? ─De repente, se sintió abrazada por unos brazos enormes y musculosos. Por primera vez pudo contemplar las finas líneas que dibujaban el anciano rostro de Roca. Si era hombre o mujer, no se podía saber, lo único que importaba era el amor que desprendía.
Pronto se despidió de ella para ir a buscar al lobo. Iba tan contenta que se olvidó de sus piernas de anciana, y corrió, saltó y cantó durante todo el camino. La letra brotaba de su corazón.

Mi amiga Luna,

siempre conmigo

me concedió,

un deseíllo.

Yo le pedí,

no ser más flor.

Ser una chica

envuelta en oro

y en brillo.

La Luna buena,

cumplió mi sueño

y ¿qué hice yo?

¡Portarme mal!

Fui orgullosa,

fría, malvada

y creída.

Tan concentrada iba en su carrera, que no vio la raíz del árbol Nicolás. Tropezó con ella, y fue a caer justo encima de la madriguera de la señora Cornejo.

─¡Ay! Lo siento, lo siento mucho, señora─. Dijo ella, preocupada por si al caer había destrozado su hogar o lastimado a alguno de los conejitos. ¿Están bien usted y sus hijos?

─Nosotros sí, ─respondió la señora─, pero mi casa… mi casa está destrozada.

─Os ayudaré a arreglarla. Dime qué necesitas.
A pesar de que Flor sabía que tenía el tiempo justo, no dudó ni un momento en ayudar a la señora Cornejo y su familia. Mientras lo hacía, volvieron a cantar, todos juntos:

Cavando, cavando,

cavando paso el tiempo,

haciendo un agujero

para pasar mi vida.

Cavando, cavando,

cavando me encontré

con alguien en mi vida

que me ayudó a querer.

Acabaron tan tarde, que se quedó dormida encima de la madriguera. Al día siguiente, los pequeños conejitos la rodearon, y estuvieron haciéndole cosquillas hasta que lograron despertarla. La chica se acordó entonces del hechizo, y se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo volver a visitarlos pronto. A Nicolás, el árbol, le agradeció que la hubiera hecho tropezar. De otra manera no habría conocido a tan hermosa familia. Después, prosiguió la marcha.
Le pareció que iba mucho más ligera de peso. No se dio cuenta entonces de que le habían engordado las piernas, que ahora presentaban un aspecto saludable y juvenil.
De nuevo iba corriendo, esta vez en busca del lobo. No le costó encontrarlo. La Luna había salido de nuevo, y él se hallaba en el punto más alto de una montaña, aullándole.
─¿Por qué aúllas a la Luna? ─Le preguntó, en parte intrigada, y en parte como forma de iniciar una conversación con él.
─Es mi forma de agradecerle su presencia. Sin ella todo estaría oscuro en las frías noches del invierno. Además, me comunico con mi familia. Aunque vivimos separados, sé que solo necesito aullar para que vengan a ayudarme.
─Joven lobo, eres muy sabio. Y yo te traté mal. Desprecié el calor de tu piel, y tu simpatía. ¡Qué tonta fui!
─¿Tú? ─ Expresó, sorprendido, el lobo. ─¿Tú eres esa niña? ─Ella asintió, avergonzada. De repente, el lobo volvió a verla hermosa, y aunque tenía aspecto de anciana, él repitió su ofrecimiento. ─Te perdono. Ven siempre que quieras a verme. Y si alguna vez necesitas ayuda, busca a la Luna y aúlla lo más fuerte que tus pulmones te lo permitan.
El tiempo que le había dado la luna estaba a punto de expirar cuando las jóvenes salieron del castillo. Se acercó hacia ellas, y, arrepentida, les pidió disculpas. Ellas, que la reconocieron enseguida, se volvieron sin escucharla. Con lágrimas en los ojos, reconoció sus derrota, y por primera vez pensó que se merecía el castigo que le había impuesto la luna.
Desconcertando a las jóvenes, fue desprendiéndose de las prendas doradas, que de nuevo volvían a lucir resplandecientes. El brillo del oro se reflejó en el río, y deslumbró a las chicas, que se dieron la vuelta, buscando el origen de la luz.
─No merezco mis prendas de oro. Ahora son vuestras.─ Les dijo, al tiempo que desabrochaba la falda, dejándola caer al suelo con suavidad. Un dulce aroma recorrió el bosque, hasta posarse en la piel de Flor, que ni siquiera fue consciente de haber recuperado su juvenil aspecto.
─Pero estás desnuda, ─dijo entonces la mayor de las hermanas─, completamente desnuda.
─Es posible, pero por primera vez en mucho tiempo me siento vestida con lo más importante, la integridad y la sensación de haber hecho las cosas bien.
La más joven de las hermanas le agradeció el regalo, y le cambió las lujosas prendas por el sencillo camisón blanco con el que había salido de paseo. Las tres se abrazaron, felices, y se prometieron ser amigas para siempre.
Despidiéndose de sus amigas, Flor se acurrucó bajo un árbol.

─Ahora solo quiero descansar. Echo de menos ser flor.

Dicen que la luna escuchó su deseo, y, tan cumplidora como siempre, le devolvió su anterior aspecto. Sigue habiendo dos mujeres, ahora ancianas, que pasean alrededor del castillo. Cuentan también que a menudo se les une una tercera señora, siempre vestida con un sencillo camisón blanco. Aunque anciana, es tan hermosa que deslumbra a todo aquél que la contempla.

El bosque ha cambiado mucho desde entonces. No hay un rincón en él que no esté cubierto de lirios. Los rumores aseguran que son los hijos de Flor, que desde entonces se esforzó por ser sabia y bondadosa.

Son muchos los caminantes, humanos y animales, que acuden cada día al bosque buscando su consejo. La mayoría regresan convertidos en personas de bondad envidiable…

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